Las cuevas son las viviendas habituales del Sacromonte; su origen no está muy claro, debiéndose construir a partir del siglo XVI, cuando la población musulmana y judía fue expulsada de sus hogares. A estos se les unieron los gitanos de costumbres nómadas. Así, las cuevas surgieron para los marginados, extramuros de la ciudad, por lo que implicaba estar fuera del control administrativo y orden eclesiástico. Para picar una cueva, en primer lugar se realizaba un desmonte de la cara del cerro donde se quería excavar, apareciendo un corte vertical que servía de fachada. A continuación en el centro se abría un arco de medio punto, que servía de puerta y posteriormente se excavaba las habitaciones que se necesitaran y el terreno permitiera. Las formas y límites de esta original vivienda las marcan el terreno, la altitud y la extensión de los cerros, de forma que no se encuentra dos cuevas iguales. Estos elementos junto con las veredas, barrancos, placetas, fachadas e interiores blanqueados con cal, configuran un paisaje singular que, unido a las costumbres y oficios de sus habitantes, daban carácter a esta forma de vida.
Aunque actualmente más bien parece que las cuevas “modernas” estás ocupadas por esas gentes llamadas “extracomunitarios“, que no han encontrado otro acomodo donde poder seguir “viviendo“. En una ciudad donde:
Las viviendas vacías crecen un 21% en una década y superan ya las 93.000
Romance sonámbulo
A Gloria Giner
y Fernando de los Ríos
Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas. El barco sobre la mar y el caballo en la montaña. Con la sombra en la cintura ella sueña en su baranda, verde carne, pelo verde, con ojos de fría plata. Verde que te quiero verde. Bajo la luna gitana, las cosas la están mirando y ella no puede mirarlas. * * * Verde que te quiero verde. Grandes estrellas de escarcha, vienen con el pez de sombra que abre el camino del alba. La higuera frota su viento con la lija de sus ramas, y el monte, gato garduño, eriza sus pitas agrias. ¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde…? Ella sigue en su baranda, verde carne, pelo verde, soñando en la mar amarga. Compadre, quiero cambiar mi caballo por su casa, mi montura por su espejo, mi cuchillo por su manta. Compadre, vengo sangrando, desde los puertos de Cabra. Si yo pudiera, mocito, ese trato se cerraba. Pero yo ya no soy yo, ni mi casa es ya mi casa. Compadre, quiero morir decentemente en mi cama. De acero, si puede ser, con las sábanas de holanda. ¿No ves la herida que tengo desde el pecho a la garganta? Trescientas rosas morenas lleva tu pechera blanca. Tu sangre rezuma y huele alrededor de tu faja. Pero yo ya no soy yo, |
ni mi casa es ya mi casa.
Dejadme subir al menos hasta las altas barandas, ¡dejadme subir!, dejadme hasta las verdes barandas. Barandales de la luna por donde retumba el agua. * * * Ya suben los dos compadres hacia las altas barandas. Dejando un rastro de sangre. Dejando un rastro de lágrimas. Temblaban en los tejados farolillos de hojalata. Mil panderos de cristal, herían la madrugada. * * * Verde que te quiero verde, verde viento, verdes ramas. Los dos compadres subieron. El largo viento, dejaba en la boca un raro gusto de hiel, de menta y de albahaca. ¡Compadre! ¿Dónde está, dime? ¿Dónde está tu niña amarga? ¡Cuántas veces te esperó! ¡Cuántas veces te esperara, cara fresca, negro pelo, en esta verde baranda! * * * Sobre el rostro del aljibe se mecía la gitana. Verde carne, pelo verde, con ojos de fría plata. Un carámbano de luna la sostiene sobre el agua. La noche se puso íntima como una pequeña plaza. Guardias civiles borrachos en la puerta golpeaban. Verde que te quiero verde. Verde viento. Verdes ramas. El barco sobre la mar. Y el caballo en la montaña. F.G.L |
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